GUADALAJARA
Ciudad de España, capital de la provincia del mismo nombre, situada en el SO de la provincia, en la margen izquierda del Henares, a 679 m de altitud y a 56 km de la Madrid. Cuenta con una población de 68.248 habitantes (2001), (11.144, según censo de 1900) y su término municipal ocupa una extensión de 151,17 km²
HISTORIA DE GUADALAJARA
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Desde su fundación, Guadalajara ha gozado de una situación privilegiada ya que domina la orilla izquierda del amplio valle del río Henares, en la parte más elevada de la meseta sur de Castilla y entre dos barrancos, hecho que le ha concedido durante siglos un gran valor estratégico, pues desde ella se controlaban importantes pasos que unían la España atlántica con la mediterránea.
Su origen y poblamiento han sido tratados por numerosos historiadores desde muy diversos aspectos sin que se pueda establecer un momento concreto de la ocupación de su territorio. Desde siempre ha sido identificada con la Arriaca romana, que estuvo emplazada en la calzada de Mérida a Zaragoza, a medio camino entre Complutum (Alcalá de Henares) y Caesada (Espinosa de Henares). Esta supuesta antigüedad romana y su identificación con la ciudad de Arriaca se ha basado durante siglos en los datos aportados en el manuscrito de Francisco de Medina y Mendoza, Anales de la ciudad de Guadalajara de 1560, recogido por Catalina García. A esto, añaden las personas que contestaron al cuestionario de Felipe II en 1550 que, por donde desagua el río Henares, había unas piedras grandes con letras romanas cuyo desgaste impedía leer su inscripción.
La Arriaca que fuera poblada por los íberos y más tarde mansión romana en la Vía Augusta, a orillas del Henares, no corresponde con la actual Guadalajara; la atribución clásica de haber sido ésta la más antigua referencia ciudadana no puede sostenerse hoy. Por tanto, para poner términos al origen de la ciudad, baste suponer que en las orillas del río Henares, y junto a la calzada romana, hubo un establecimiento mínimo que ya originó, en época hispano-romana, la construcción de un puente y que más tarde, en los días de la invasión árabe, hizo que éstos se ubicaran en el establecimiento, reforzándolo, construyendo en lo alto, sobre el espolón que bordeado de barrancos discurre de norte a sur, la primitiva ciudad y levantando definitivamente el grandioso puente sobre el río.
Toda esta confusión se ha originado debido a que la Guadalajara actual no muestra ningún vestigio de sus etapas preislámicas. Igualmente escasas son las noticias que pueden conseguirse de forma directa acerca de la Guadalajara musulmana, lo que hace necesario atender a una Guadalajara árabe y arqueológica estudiada con hallazgos, vinieren de donde vinieren, de la prospección, de la incipiente excavación o de las fuentes escritas árabes y cristianas. Del propio momento de la conquista de la ciudad se poseen pocos detalles, y éstos a veces muy discutidos en cuanto a su fiabilidad. Aun así, se puede deducir la existencia de una ciudad de no pequeña importancia, dentro del estado cordobés de al-Andalus, en sus distintas etapas.
Tanto en la época califal como en la del reino taifa de Toledo, Guadalajara capitaneó la defensa del territorio alcarreño y gobernó el valle de los castillos que constituía el Henares como una gran línea defensiva.
La ciudad fue fortificada a partir del siglo IX; vio construir, por orden de los califas cordobeses, primero su alcázar, situado cerca del río, en el punto en que los barrancos del Alamín y San Antonio están próximos y, posteriormente, a partir del siglo X, una muralla que rodearía al primitivo enclave poblacional, todavía reducido y limitado a la parte próxima al alcázar y lo que hoy es el palacio del Infantado. Es en este siglo X cuando la ciudad adquirió la fisonomía de una gran población. Tras la conquista cristiana el trazado de la ciudad cambió, aunque sobre el solar de la primitiva.
La transformación de esta ciudad musulmana se produjo a fines del siglo XIII, momento en el que ya era una ciudad eminentemente cristiana, cuando se construyeron nuevas murallas dejando fuera de ellas el arrabal de la Alcallería y se amplió el recinto por el sur y el oeste; os viejos caminos sirvieron de base para el trazado de sus calles.
Su reconquista se produjo bajo el reinado de Alfonso VI, siguiendo la tradición que se recoge en el escudo de la ciudad; fue realizada por Alvar Fáñez, pariente del Cid Campeador, que una noche del año 1085 sitió las murallas de la ciudad, se introdujo sigilosamente en ella a través del arco de la Feria y conquistó la plaza sin apenas oposición por parte de la población árabe.
Dejando al margen la leyenda de la conquista de la ciudad, ésta se enmarca dentro de las campañas realizadas por Alfonso VI para conquistar Toledo; pasó a formar parte del reino castellano el año 1085 junto a ciudades como Atienza, Hita, Alcalá, Madrid y Toledo. Desde este momento fue ciudad de realengo y le fueron otorgados Fueros por Alfonso IV, en 1133, por Fernando III, en 1219, y por Alfonso X el Sabio, en 1260, que además le concedió licencia para la celebración de dos ferias que la impulsaran económicamente.
El Común o alfoz de Guadalajara fue muy amplio desde su origen. Alcanzó su máxima extensión en el siglo XIV, cuando reunió un total de 61 aldeas, divididas en dos zonas claramente definidas: el Campo y la Alcarria.
Desde la Baja Edad Media la vida de la ciudad estuvo marcada en gran manera por el asentamiento en ella de una familia tan poderosa como la de los Mendoza. El primero en asentarse en la ciudad fue Gonzalo Yáñez de Mendoza a mediados del siglo XIV; a partir de este momento aumentó el dominio de la familia sobre la ciudad. Con los Mendoza, Guadalajara adquirió un ambiente de Corte y de gran esplendor. Uno de los momentos culminantes durante esta Baja Edad Media fue la boda del futuro Duque del Infantado, Don Diego Hurtado de Mendoza, con Doña María de Luna, prima del valido de Juan II Álvaro de Luna. Igualmente esplendorosa fue la boda de Beltrán de la Cueva con María de Mendoza, hija tercera del Duque del Infantado, en 1460, motivo por el cual Enrique IV concedió a Guadalajara el título de Muy Leal y Noble.
El 15 de julio de 1464, la ciudad de Guadalajara fue entregada por el rey a Diego Hurtado de Mendoza, pero éste no se atrevió a incorporarla a sus dominios, aunque actuó como un auténtico señor poseedor de la misma: atrajo a un crecido número de hidalgos y artesanos para poblarla más intensamente y concentró en ella los órganos de gobierno de sus amplísimos estados, sentando las bases del dominio que ejercieron los Mendoza sobre ella.
Durante el siglo XVI, la familia de los Mendoza introdujo el Renacimiento y logró dar a la ciudad un esplendor excepcional; desfilaron por su Corte ducal los personajes más notables de la sociedad del momento: los propios Reyes Católicos, los príncipes Juana y Felipe, Germana de Foix, segunda esposa de Fernando el Católico, el rey de Francia Francisco I, o el Emperador Carlos V. También brilló la ciudad con acontecimientos tan destacados como la boda real de Felipe II con su tercera esposa Isabel de Valois, celebrada en el palacio del Infantado y festejada con las grandes fiestas organizadas por el IV Duque del Infantado (todos estos aspectos se analizarán más ampliamente en los apartados correspondientes).
En el siglo XVII, extinguida la rama masculina de los Mendoza y trasladada a Madrid la residencia de los mismos, se inició un período de decadencia profunda de la ciudad que se agravó por la cruel incidencia que tuvo la guerra de Sucesión; fueron especialmente duros los saqueos y ataques del ejército austríaco en 1706 y 1710; esta decadencia se tradujo en una alarmante disminución de la población y en una desaparición casi total de la actividad artesanal y comercial. En esa época Guadalajara alcanzó la cota más baja de su evolución demográfica, con sólo 2.200 habitantes y casi todos sus edificios notables en ruinas.
En 1719 se produjo un positivo intento de recuperación con la instalación, en el antiguo palacio de los Marqueses de Montesclaros, de la Real Fábrica de Paños, que logró su relanzamiento económico ya que atrajo a múltiples operarios de toda España e incluso europeos, especialmente holandeses. Pero la Guerra de la Independencia reinició la decadencia de la ciudad: la fábrica de Paños paralizó su actividad, el ejército francés la ocupó en 1808 y utilizó para su albergue iglesias y conventos, en los que causó graves destrozos. En 1813 otra acometida del ejército destruyó gran parte de los edificios del centro. El debilitamiento de Guadalajara se hizo patente nuevamente en el siglo XIX, con las devastaciones provocadas por los ejércitos carlistas en la provincia y en la capital, con un descenso notable de población, destrucción del caserío y decadencia de sus instituciones religiosas a partir de la Desamortización. Su nombramiento como capital de la provincia del mismo nombre y con la creación de nuevas instituciones provinciales, fueron hechos que lentamente contribuyeron a recuperar el ritmo de la ciudad.